El muchacho se
acercaba por el gran patio iluminado del Banco. Concha lo observaba , desde la
otra parte del cristal blindado.
El muchacho
avanzaba intrépido, con un traje que no se le adaptaba perfectamente y que, unido
a sus modales elegantes y desenvueltos, le daba una apariencia peculiar.. Llegó
a la ventanilla, saludó cortésmente y sacó del bolsillo un cheque doblado. Lo
extendió y se lo presentó a Concha mientras la miraba con expresión pícara y
ojos brillantes. A ella, se le cayó al
suelo el paquete de 20 duros que
enrollaba con diligencia. No le quedó más remedio que agacharse y recoger
precipitadamente el desaguisado. Al volver a asomar tras el cristal, y mientras
cogía diligente el cheque y pedía
disculpas no se le pasaron desapercibidas las risitas significativas y
comentarios de los compañeros que tenían su puesto en el mostrador de enfrente.
Indicó al muchacho, moreno y de mirada atrevida que debía de entregar primero
su cheque en la ventanilla de cartera. Mientras se lo indicaba, el jefe de
cartera, se lo quitaba de las manos y lo autorizaba rápidamente, ya que era un
cheque de la Universidad
que necesitaba pocas miradas para ser reconocido y pagado inmediatamente.
Concha contó los billetes y monedas y los colocó en el mostrador enfrente del
profesor universitario que cobraba una de sus primeras nóminas orgulloso y
audaz. Cuando hubo contado el dinero y guardado en su bolsillo, le susurró,
¿Qué te parece si te espero a la salida?
-Bien, dijo Concha ruborizada y estallando de satisfacción.
-¿A que hora
sales?
- Sobre las tres
y algo, respondió la señorita administrativa, es muy mala hora para quedar, me
voy a casa a comer.
-No importa, te
esperaré.
- A las tres en
punto se acaba la jornada en la entidad financiera y ese día Concha ya lo tenía
todo preparado para no retrasarse. Salió lo más pronto que pudo esperando
encontrar a la puerta a su profesor esperándola. Había tenido que aguantar las
risas y comentarios jocosos de sus compañeros, sobre todo de uno que aspiraba a
lo que había concedido con tanta rapidez al nuevo candidato. Ellos aseguraban
que había dejado caer el paquete adrede para conquistarlo. Concha sabía que no,
el paquete se había deslizado de sus manos sabe Dios por qué temblor inesperado.
Salió pues a la
calle y vió con decepción que en la puerta no había nadie.
Se dirigió hacia
el gran paseo que conducía directamente a la casa de sus padres dónde vivía,
era un camino de veinte minutos y algunas veces algún compañero o el jefe de
caja la acercaba en su coche. Al llegar a la gran plaza en la cual comenzaba el
paseo, apareció él, sonriente y brillante como un querubín. Estaba apostado a
la sombra de unos arbolitos que extendían su sombra sobre unos bancos de madera que rodeaban una pequeña
plazuela en cuyo centro había un gran
reloj de piedra, el reloj del sol, llamado asi porque marcaba la hora según el movimiento del sol.
El corazón de
Concha estalló de alegría , jamás había tenido una cita como aquella, a las
tres de la tarde, cansada de una larga jornada de trabajo, sin haber comido , a
pleno sol
del verano
castellano. Rápidamente el mozo se colocó a su lado y saludando con una risa
inesperada, al entender que la chica se había quedado gratísimamente
sorprendida después de su primera decepción.
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